CONFESIONES DE UNA NIÑA POETA
Desde que nací sentía que algo apretaba mi cuello con tanta fuerza que no me dejaba expresarme, ni hablar. Debía de venir detrás de mí. Jamas me gire para comprobarlo. Tan solo oía voces del tipo: "Es una niña tan buena... Es una niña tan tranquila"
Y yo sonreía
¡SONREÍA!
Nunca fui una niña que tuviese problemas para fingir felicidad en la tristeza y obediencia ciega a la autoridad. Así me fue.
Empecé a tener sueños extraños desde que tenia cuatro o cinco años, sueños de monstruos que cantaban, demonios que se posaba en mi cama para contarme historias y sombras que me tocaban el pelo.
Diferenciaba perfectamente el mundo imaginario, donde estaban mi familia, mis juguetes, mis sonrisas falsas... ¡Y EL MUNDO REAL! Allí estaban mis mundos, mi demonios, mis amigos, mi zona de curiosidades y pensamientos. Joder que feliz era allí.
Empezaron a crecer los estereotipos, la hipocresía, los deberes, los insultos. Yo debía crecer con ellos, ya que todo el mundo parecía seguirlos y no podía quedarme atrás... Que raro era el mundo imaginario.
Un día tuve un accidente, no me rompí la pierna, ni la cabeza, me rompieron por dentro, como cuando adiestran a un lobo en un circo para que deje de ser quien es y comience a ser parte del espectáculo ¿Me entendéis?
Dolió muchísimo. Enserio pensé que no me recuperaría, perdí mi mundo real, perdí mi forma de ser y volví a sonreír como cuando era niña. Exacto. Falsamente.
Tenía dos formas de enfrentarme a este puñetero circo: Actuar como ellos o rebelarme.
Empecé a seguir al resto, ya que parecía la opción más sana y fácil. Me equivoqué. Me sentía como una enredadera que crecía y creía y el invierno la marchitaba y cortaba en seco. No era capaz de adaptarme. Deje de comer y volví a dormir, intentando volver a mi mundo real. Pedí consejo a mis demonios, a mis monstruos, a mi sombras... No supieron que decirme, solo me repetían la misma frase: "Llévanos al mundo imaginario, convierte el mundo imaginario en realidad"
Y aquí estoy, rebelándome, con cada gota de sudor y sangre.
Escribiendo cosas que odio, detestando el mundo en el que vivo y amando cada pizca de mundo imaginario que encuentro en otras personas. No podrán detenerme y eso lo se. Porque lo que no te mata, te hace diferente. A mí casi me entierran en la parte más cutre del cementerio, en la vida corriente y mundana que viven día a día miles de personas. Cada palabra, cada recuerdo del mundo real de mi niñez lo escribo en cuadernos de poca monta, en hojas sueltas o el mi brazo con un bolígrafo.
Asesinaré con tinta todo aquello que vea repulsivo, ahorcaré con la espiral de un cuaderno cada voz que intente silenciar la mía, y no lo hago para herir, lo hago para sobrevivir, ¡QUE YA BASTA JODER!, ya basta de tener que callar, de tener que soportar lo que no me gusta, de ver que parten mis pensamientos y los intentan moldear con estereotipos estúpidos. Mis monstruos, mis demonios, me llaman SNOW, para recordarme que no hay otro copo como yo, que no hay nada más resistente y bello que el hielo, que la pureza se encuentra en el interior del agua y no en la superficie del cuerpo.
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